Miramos la vida con los ojos pero vemos con la mente porque no vemos las cosas tal y como son sino según la opinión consciente o inconsciente que tenemos de ellas.
El poder razonador, sistematizador, clasificador y analizador de nuestra mente es un instrumento muy poderoso de conocimiento, de analizar la realidad pero no significa que podamos verla en su totalidad. Sería como ver el horizonte con un solo ojo.
Cierto que podemos ver mucho pero no podemos ver el panorama completo. Pero además hay otro problema y es que la mente tiende al perfeccionismo y no hay ninguna persona, personalidad y cuerpo que pueda resistir mucho tiempo su permanente mirada. Al final siempre terminaremos viendo defectos en todo y en todos.
Eso es como echar arena en los ojos del amor, como llenar de polvo el corazón porque nos sofocaremos y no seremos capaces de amar con la total plenitud que nuestra alma quisiera. El Tantra nos propone la mirada de la inocencia. No de la inocencia de la ignorancia sino de la inocencia que busca ver las cosas más allá de las formas en su perfecta y desnuda pureza, es decir que busca la luz espiritual que da origen a las formas, que busca ver las cosas de una forma global.
Así, más que ver las cosas y las personas para que produzcan en nosotros pensamientos, reflexiones o juicios, la mirada de la inocencia busca que nos emocionemos con la belleza natural de lo que contemplamos. Así, si miramos nuestra pareja debemos de emocionarnos con la belleza del espíritu que anima ese cuerpo, con la belleza del amor que despertó y despierta en nosotros. Cierto que también podemos verla atractiva físicamente pero también sabiendo ver que su verdadera belleza es interior.