Hubo un tiempo en que no había hombres ni mujeres porque todo el mundo tenía los dos sexos.
Cada Ser Humano era una persona feliz, completa y realizada porque en sí mismo lo tenía todo y su luz brillaba sobre la tierra como las estrellas en el cielo. Eran tan dichosos y poderosos que despertaron la envidia de los Dioses.
Con una espada de fuego cortaron a cada uno en dos, quedando hombre y mujer las dos mitades. Los dos se miraban con el dolor de su separación pero viéndose el uno al otro con su amor se consolaban.
Eso les daba fuerza porque aunque divididos juntos tenían un poder mayor. Temiendo los Dioses que volviesen a juntarse por detrás se acercaron para, torciendo su cabeza, dirigir su mirada a otra parte y que no pudiesen ver su otra mitad que anhelaban. Desde entonces buscamos fuera lo que sólo podemos encontrar dentro.